9 feb 2014

¿Quién está al otro lado de la pantalla?


Al ser educada en el seno de una familia formal y católica hasta la médula espinal soy muy dada a las presentaciones; vamos a ello:

Nací en mi estación favorita, en Enero, esa estación que te permite llevar camisas de cuadros y gorros.
Suena a cliché, pero la música forma parte de mi vida tanto como el mundo que me rodea, es decir, me rodeo de música constantemente, es la forma más cómoda y placentera de disfrutar de todo (como la marihuana).
Me encanta ser mujer. Es algo curioso, porque, cuando lo digo siempre hay algún pobre chiquillo dispuesto a llamarme marimacho. No os equivoquéis, no soy una butch ni he pretendido serlo nunca, simplemente veo los vaqueros y la camisa más cómoda que un vestido y tacones, que no por ello he dejado nunca de ser mujer ni me ha salido barba (bigote sí, pero suelo quitármelo con cera antes de ver una sombrita incipiente propia de un camionero experimentado).
Yo no salí del armario, nunca he entrado en él, por desgracia para mis pobres y católicos padres, en el parvulario me quería casar con una chica en el patio y no con un chico maloliente e inmaduro (ya lo veis, como Evita Perón en versión tres añitos), y por cierto, he oficiado muchas bodas en mi colegio, ya que al no querer casarme con un chico reservé mi vida parvularia al servicio de los matrimonios de recreo (no sabéis lo difícil que es oficiar un par de bodas en 25 minutos, es que no lo sabéis, de verdad). Dejé mi vida sacerdotal por falta de tiempo para mis propias motivaciones personales y porque en realidad me chupaba un pié las relaciones personales de dos niños de tres años; yo quería jugar al rescate.



Soy feminista y sé compatibilizarlo con mi vida normal (como la marihuana). ¿Qué cosas tiene esta mujer, eh? Me refiero a que, a pesar de ser tan lesbiana que cada día me sorprenda a mí misma... me encanta tener tanto amigos como amigas, y la verdad, no tengo problemas con los tíos en ese sentido. Eso sí, me repatea y no sabéis cómo que puedan dejarse unos pelos largos como lianas en los sobacos y yo esté maltratándolos para dejarlos bonitos y que mis compañeras sentimentales no piensen que quiero asfixiarlas en medio de la noche. Sí, sigo convenios impuestos por el patriarcado y me jode, sí… pero ¿quién va a ligar con un gato acostado en la entrepierna? ¡Eso es muy de los ochenta! Además… dificulto el trabajo que tanto me gusta que me hagan (y ya paro que como me ponga cerda no hay quién me gane).
Hablo por los codos siempre y cuando no debo hacerlo: en la universidad, en el coche, mientras practico sexo… creo que nací hablando, o eso es lo que dice mi madre.
Toco la guitarra y hago canciones no escuchadas. Siempre he llevado mi Soundcloud en secreto (como la marihuana) y jamás he creído que tuviese talento alguno, pero ahora me importa una soberana caquita que lo escuchéis, total, me paso el día haciendo el ganso, no es nada nuevo.

He hablado de más, como siempre, pero aún me he dejado cosas en el tintero que ya os contaré más adelante, como una curiosa alergia que hará temblar las instituciones lésbicas más sagradas o mi profundo y delirante sarcasmo que tanto me caracteriza.
Bueno, pues con esto y un bizcocho… joder es que no hay nada con tortilla que rime con chocho, qué le voy a hacer.

Que tengáis un dramático a la par que tortillero día.

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